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MANIFIESTO DESILUSIONISTA |
DISILLUSIONIST MANIFESTO |
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“Latkes1 en un sueño no son latkes, sólo un sueño.” Scholem Aleijem. PRÓLOGO Karl Marx y Friedrich Engels tenían razón: “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo.” Pero su clarividencia notable omitió algo fundamental: No es uno solo el espectro que se cierne sobre Europa. Son varios. Muchísimos en realidad. Y no se ciernen sólo sobre Europa, sino también sobre los otros cuatro continentes habitados. Hay espectros para todos los gustos: Estados Nacionales, Iglesias, Sociedades Anónimas, Partidos Políticos, Academias de Artes y Ciencias, Organizaciones no Gubernamentales, Trusts, Clubes Sociales y Deportivos, Familias, Asociaciones Civiles, Hinchadas, Sindicatos. Hay de todo. Como en botica. I. ILUSIONES E INDIVIDUOS Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de espectros, ilusiones y ensoñaciones. Las Instituciones espectrales en cuyo nombre se cobran nuestros impuestos y se libran nuestras batallas, las Corporaciones fantasmáticas que aseguran nuestros negocios y las Fundaciones imaginarias que reclaman nuestro ocio más o menos creativo son ilusiones. Nada más que ilusiones. Fuera de las cosas materiales, toda la realidad corresponde a los individuos. Miles de millones de individuos. No hay nada más. Cada persona física existe y goza de una realidad plena. Las -así llamadas- personas jurídicas, carecen de cualquier tipo de existencia o realidad. Los conjuntos -en general- no existen. Sobrenadan apenas en la ensoñación que sigue al uso muy reiterado o demasiado frecuente de una cierta taxonomía. El mal hábito contraído en la comunicación exitosa entre individuos por intermedio de un nombre genérico (“los seres humanos”, “la gente linda”, “el pueblo judío”, “los santos de Boedo”) los sostiene allí como si fueran entidades realmente existentes. No lo son. II. EL ESTADO COMO ILUSIÓN PARADIGMÁTICA Parafraseando a Juan Graiver: El Estado no existe / Nunca existió / No existirá / Y no se lo necesita. El Estado no está en los documentos de pago que a su nombre nos son impuestos. No está en los uniformes de los funcionarios, ni en los sellos de los burócratas. No está en los colores de una bandera, ni en una banda que toca un himno. No está escondido en los edificios públicos, ni exhibido en los monumentos. Documentos, uniformes, sellos, banderas, bandas, edificios y monumentos vemos por todas partes. Pero al Estado no, porque no existe. El Estado es un espectro, una sombra, una ficción. Una ilusión sostenida en la memoria de cada uno de los individuos que involuntariamente le confían toda la fuerza que posee. (Y hasta los individuos anarquistas, en sus esfuerzos denodados por destruirlo, no hacen otra cosa que reforzar la ilusión de que el estado existe). No está prohibido i-lusionarse. No está prohibido vivir en las sombras de ese Estado virtual. Pero hay que elegir hacerlo. La oscuridad no ha de imponérsenos, no ha de depositarse a la fuerza en nuestras respectivas memorias. Preguntémonos si queremos o no depositar nuestras ilusiones en el Estado. Preguntémonos si no sería preferible prender la luz, para des-i-lusionarnos de la ficción estatal, pero también para disponer de nosotros mismos como mejor nos resulte. III. LOS CUERPOS DE LOS INDIVIDUOS BAJO EL CONTROL DE LAS ILUSIONES Parafraseando a Friedrich Nietzsche: La expropiación de los órganos / Comienza con la vergüenza / Que el hombre siente / Ante la vista del hombre. Los individuos consisten en cierta disposición o composición de partes y elementos que, aislados los unos de los otros, se vuelven insignificantes. Pero desde el momento en que un individuo -en nombre de la vergüenza, el decoro, las leyes, las presiones sociales, los juicios estéticos o las buenas costumbres- deja de elegir libremente cuáles de esas partes componentes exhibir y cuáles ocultar; qué elementos exponer a la luz y qué elementos mantener a la sombra de un velo textil; qué tanto exponerlos y dónde exponerlos; la consistencia de sus disposiciones y su propia individualidad quedan en entredicho. Lo mismo da que el velo que se le imponga cubra apenas los elementos llamados genitales, o todas las partes del cuerpo a excepción de los ojos. Lo mismo da que sea ceñido u holgado, cómodo o incómodo, harapiento o a la moda. Lo mismo da que el ocultamiento se imponga con argumentos éticos o estéticos, en nombre de la moral, o en nombre de la belleza. Comoquiera que sea el telón opaco, el individuo no se ve obligado a recubrirse de él sin un terrible menoscabo de su libertad y su propiedad. En nuestras sociedades, claro, ese menoscabo alcanza magnitudes ha poco inimaginables. No sólo no tiene el individuo la libertad de cubrir o exponer las partes de su cuerpo a su antojo, sino que esas partes ya no son siquiera de su propiedad. En vida no puede ni venderlas, ni alquilarlas2, y una vez muerto el individuo tampoco pueden sus herederos disponer de ellas como mejor les plazca. Los elementos que componen un cuerpo tienen sólo dos caminos: la destrucción o la propiedad pública, administrada por funcionarios de la ilusión estatal. Preguntémonos si no puede despertar el individuo de esta ilusión. Preguntémonos si no puede reclamar el derecho de disponer libremente de cada uno de los elementos que lo compone (sean estos considerados púdicos o impúdicos, bellos u horrendos). Preguntémonos si no ha de decidir cada individuo si quiere cubrirlos o descubrirlos, alquilarlos o venderlos o hacer de ellos lo que le venga en gana. IV. EL ORIGEN DE LAS ILUSIONES En el principio hubo auto-conciencia. Todo comienza con la articulación de la frase “yo me sé”. A esa afirmación le sigue una pregunta: “¿Cómo me sé?”. Y a esa pregunta una respuesta aterradora: “¡Me sé mortal!” Cada individuo sabe que va a morir. Si va a morir o no, no importa. Esa no es la cuestión. Lo más probable es que los individuos sean incapaces de morir. Toda la vida de los individuos pasa por sus sensaciones, y la muerta es precisamente la ausencia de la sensación. Así que el miedo a la muerte, que experimentamos, no tiene -increíblemente- nada que ver con la muerte, que no podemos experimentar. Y acaso sea esta última imposibilidad la que vuelva a la muerte tan temible. Pero no importa. Lo que importa es que cada individuo está seguro de su propia mortalidad y le teme. Horrores. Cada individuo -a su vez- responde al terror que la creencia (adecuada o no) en su propia muerte le provoca de acuerdo a su muy particular manera. Algunos individuos comen a más no poder y otros se mueven como locos, hay de los que se dedican a las artes visuales, y de los que prefieren la bebida. Pero también hay algunos que se reúnen entre sí, alcanzan acuerdos y suscriben pactos. El momento de esa suscripción se olvida rápidamente. Lo que aglutina a esos individuos se milagrosea, se sacraliza. Otros individuos se suman al aglutinamiento y listo: Se ha formado un espectro, una ilusión. Cada intersubjetividad sacralizada, se convierte en una ilusión de objetividad. Esa objetividad puede ser política o económica, teológica o moral, científica o técnica. Lo que la vuelve espectral no es necesariamente su carácter virtual o imaginario, sino el hecho de que este carácter se olvide, se oscurezca. Si ningún individuo se hiciera ilusiones acerca de la naturaleza opcional y contractual de esas multiplicidades a las que se somete, no habría cuestión. El interés de esas costumbres y esas intersubjetividades sacralizadas es obvio: como todo lo sagrado, estas ilusiones apuntan a la inmortalidad. Las más de las veces están ya en funcionamiento cuando el individuo que va a integrarlas toma conciencia de sí, y su promesa es que seguirán allí cuando el individuo haya muerto. Para el individuo ilusionado, integrarse a un Estado, una Iglesia, una Sociedad Anónima o un Club es una forma de participar de cierta inmortalidad. Así no es raro hallar individuos dispuestos a morir para contribuir a la supervivencia de un espectro colectivo. La ilusión es atractiva: El individuo sabe que su muerte es inevitable, pero cree que tal vez contribuya a la supervivencia de esa especie de súper amigo invisible que la intersubjetividad le ha dado. V . SEPARADOS VENCEREMOS Ahora. Como muchos individuos sí se hacen ilusiones acerca del carácter totalmente espectral y contingente de las entidades a las que se adscriben, hay una cuestión. Que en realidad son muchas cuestiones. ¿No sería mejor desilusionarse? ¿No sería mejor no creer en nada más que en cada uno de los individuos y personas físicas que habitan el planeta? Aún celebrando entre ellas pactos ¿No harían bien estas personas físicas en recordarse siempre que esas reuniones son ocasionales, electivas y en última instancia disolubles? ¿No habría que admitir la posibilidad de que un acuerdo valga en ciertas circunstancias y no en otras? (¿No se podría ser -por caso- “Argentino” al asistir a un Mundial de Fútbol, pero “Japonés” al requerir un crédito? ¿“Judío” durante el seder de pesaj, pero “Gentil” ante un buen jamón de Jabugo?) ¿No podrían aplicarse a las ilusiones restricciones contextuales o instrumentales? ¿No podrían todas las ensoñaciones colectivas ser electivas, mutables y revocables? Y si lo mejor fuera vivir ilusionados, con tal de conjurar -al menos en parte- el terror que provoca la creencia en la propia mortalidad, ¿No convendría hacer borrón y cuenta nueva y decidir efectivamente ilusionarse, en vez de dejarse llevar? En general: ¿No hay acaso ya demasiadas respuestas para muy pocas preguntas? ¿Y si fuera la pregunta la forma superior del conocimiento? Separados … ¿Venceremos? Firmado en disconformidad con el estado actual de las investigaciones, y previendo ulteriores enmiendas y contradicciones. MKT 1. Especie de tortilla de papas. 2. Extrañamente, a veces, se da el caso de que una madre sustituta pueda alquilar su útero en un contexto en el cuál una prostituta tiene prohibido alquilar su vagina, su ano, sus tetas o su boca. Comoquiera es claro que ninguna de ellas está nunca autorizada a vender –previa amputación- ninguno de esos elementos. | Latkes in a dream are not latkes, just a dream.” Scholem Aleijem. PROLOGUE Karl Marx y Friedrich Engels were right: “A spectre is haunting Europe - the spectre of communism.” But their remarkable clairvoyance overlooked something fundamental: There’s not just one single spectre haunting Europe. There are many. Very many in deed. And they are not haunting Europe alone, but also the other four inhabited continents. There are spectres for everyone: National States, Churches, Corporations, Political Parties, Academies of Arts and Sciences, Non-governmental Organizations, Trusts, Social and Athletic Clubs, Families, Civil Society Organizations, Supporters Groups, Trade Unions. You name it. I. ILLUSIONS AND INDIVIDUALS The history of all hitherto existing society is the history of spectres, illusions and dreams. The spectral Institutions on whose behalf our taxes are collected and our battles are fought, the phantasmagorical Corporations that insure our ventures and the imaginary Foundations that claim our more or less creative solace are illusions. Nothing but illusions. Apart from material stuff, all reality belongs to individuals. Thousands of millions of individuals. There’s nothing else. Each physical person exists and enjoys full reality. The so-called juristic persons lack any sort of existence or reality. Sets -in general- do not exist. They barely slumber in the daydreams that follow after the frequent or recurring use of a certain taxonomy. Bad habits, developed through successful communication amongst individuals by means of a generic term (“Human beings”, “Jet set”, “Jewish people”, “Kopites”) hold them up as if they were really existing entities. They are not. II. THE STATE AS QUINTESSENTIAL ILLUSION Paraphrasing Juan Graiver: The State does not exist. It never existed. It shall not exist. And it is not needed. The State is not in the bills we are taxed on its behalf. It is not in the uniforms of the officials, nor in the seals of the bureaucrats. It is not in the colours of a flag, or in a band playing an anthem. It is not hidden within public buildings, nor is it displayed on national monuments. Bills, uniforms, seals, flags, bands, buildings and monuments we see everywhere. But not the State, for it doesn’t exist. The State is a spectre, a shadow, a fiction. An illusion sustained by the memory of each of the individuals that unwillingly confer it all the strength it possesses. (Even anarchist individuals, in their unyielding efforts to destroy it, do nothing but strengthen the illusion that the State exists). Being illusioned is not forbidden. Living in the shadows of a virtual State is not forbidden. But there must be a choice to that effect. Darkness shall not be forced upon us, it shall not be compulsorily imposed on our respective memories. Let’s ask ourselves if we want to trust our illusions with the State or not. Let’s ask ourselves if would not rather turn on the lights, in order to be disillusioned of the state fiction, and also in order to dispose of ourselves however it suits us best. III. THE BODIES OF THE INDIVIDUALS UNDER THE CONTROL OF ILLUSIONS Paraphrasing Friedrich Nietzsche: The expropriation of organs / Begins with the shame / Man feels / Before the look of man. Individuals amount to a certain disposition or composition of parts and elements that, isolated from each other, become meaningless. But since the moment when an individual -in the name of shame, civility, laws, social pressures, aesthetic considerations or good manners- stops choosing freely which of those parts are to be shown and which hidden; what elements can be out in the sun and what elements must be cloaked in the shadows of a textile veil; to what extent and where they can be exposed; the consistency of his or her dispositions, and his or her individuality itself are to be questioned. It doesn’t matter if the imposed veil covers only those elements called genitalia, or every single body part except the eyes. It doesn’t matter if it is tight or loose, comfortable or uncomfortable, haggard or fashionable. It doesn’t matter if the cloaking is imposed under ethic or aesthetic pretences, for the sake of morals or for beauty’s sake. However the opaque curtain falls, the individual is not forced to get covered by it without a terrible undermining of his or her freedom and propriety. In our societies, of course, said undermining reaches heights not so long ago unimaginable. Not only does the individual lack the freedom to cover or expose his or her body parts at will, but also these parts no longer belong to him or her. While the individual lives, they cannot be sold or rented , and after death nor can the individual’s heirs dispose of them as they may please. The elements that form a body can only go two ways: destruction or public domain, under the administration of officers in the state illusion. Let’s ask ourselves if the individual cannot be awaken from this illusion. Let’s ask ourselves if he or she cannot claim the right of disposing freely of each element forming his or her body (whether they are graceful or disgraceful, beautiful or hideous). Let’s ask ourselves if it is not for each individual to decide if they are to be covered or uncovered, rented or sold o disposed of however he or she wants. IV. THE ORIGIN OF ILLUSIONS In the beginning there was self-consciousness. It all starts with the phrase: “I know myself”. That statement entails the question: “How do I know myself?”. And that question a terrifying answer: “I know myself to be mortal!” Each individual knows he or she will die. Whether death should actually come is not important. That is not the issue. And in all probability individuals are incapable of dying. All individual life goes through sentiment, and death is precisely the lack of sentiment. So the fear we experience before death, has -incredibly- nothing to do with death, which we cannot experience. And maybe it is this very impossibility that makes death so scary. But it doesn’t matter. What matters is that each individual is certain about his or her own mortality and fears it. Horribly. Each individual -in turn- deals with the terror the belief (be it right or not) in his or her own death begets according to his or her very particular way. Some individuals eat as much as they can and others move around like crazy, there are those who turn to visual arts, and those who prefer heavy drinking. But there are also some who gather round, reach agreements and subscribe pacts. The moment of subscription is rapidly forgotten. Whatever brought those individuals together gets mystified, sacralised. Other individuals join the lot and there it is: A spectre is formed, an illusion. Each sacralised inter-subjectivity, becomes an illusion of objectivity. That objectivity can be political or economical, theological or moral, scientific or technical. What renders it spectral is not necessarily its virtual or imaginary character, but the fact that said character is forgotten, darkened. If no individual was deluded as to the optional and contractual nature of those sets he or she submits to, there would be no issue whatsoever. The interest in these traditions and these sacralised inter-subjectivities is obvious: as everything sacred, these illusions aim at immortality. In most cases they are already at work when the individual that is to take part in them becomes aware of his or her self, and their promise is they’ll still be there once the individual is dead. For the illusioned individual, taking part in a State, a Church, a Corporation or a Club is a way of participating of some kind of immortality. Hence it’s not strange to find individuals that are ready to die in order to further the immortality of a collective spectre. The illusion is attractive: The individual knows his or her own death to be inevitable, but believes it may add to the survival of that super imaginary friend of sorts that inter-subjectivity provides. V . DIVIDED WE SHALL PREVAIL Now. As many individuals do get deluded as to the totally spectral and contingent character of these entities they ascribe to, there is an issue. That in fact is many issues. Wouldn’t it be better to get disillusioned? Wouldn‘t it be better to believe in nothing but each of the individuals and physical persons that inhabit the planet? Even if when subscribing pacts amongst themselves, shouldn’t these physical persons remind always that their agreements are occasional, elective and eventually revocable? Can’t we admit the possibility of an agreement been valid under certain circumstances and void under different ones? (Can’t someone be -for instance- Argentine before a soccer world cup, but Japanese when asking for a loan? Jew during Passover, but Gentile when in front of a Jabugo Jam?) Couldn‘t contextual and instrumental restrictions be applied to illusions? Couldn‘t all collective slumbers be elective, mutable and revocable? And if it were better to live under some illusion, in order to deflect -partly at least- the terror caused by the belief in one’s own mortality, wouldn’t it be better to make a clean slate and decide effectively to be illusioned, in stead of being dragged along? All in all: Aren‘t there already too many answers to an insufficient amount of questions? What if questions were the ultimate form of knowledge? Divided … Shall we prevail? Signed in contention with the current state of researches, and foreseeing ulterior amendments and contradictions MKT 1. Potato tortilla of sorts. 2. Strangely, sometimes, the case is that a surrogate mother can rent her uterus in the same context in which a prostitute is not allowed to rent her vagina, her ass, her tits or her mouth. In any case it is clear that none of them is ever authorized to sell -after having them extracted- any of those elements. |